Enfoques sobre desarrollo humano sostenible

Enfoques sobre desarrollo humano sostenible

Augusto Serrano López

  1. SOSTENIBILIDAD E INCLUSIÓN

El siglo XX ha sido llamado «el siglo más corto». Se dice y no sin razón que el siglo XIX es de los más largos, en tanto proyecta sus formas, intereses y estructuras hasta casi la prime- ra guerra mundial (1914), mientras que el siglo XX entra pron- to en crisis y comienza a despedirse de sí mismo ya en los años setenta. Quizás por ello haya sido también el siglo más denso. Porque en él ha tenido lugar:

  • la segunda revolución industrial, trastocando los modos de producción, distribución, cambio y consumo
  • dos guerras planetarias
  • la llegada del hombre a la luna, rompiendo así los límites del natural habitat humano
  • el crecimiento exponencial de la población mundial
  • el crecimiento exponencial de la producción a través de los procesos de automatización creciente
  • la aparición de los antibióticos, ampliando la expectativa de vida de las poblaciones
  • la crisis ecológica, producida por la intervención ciega y desmedida de los seres humanos
  • las grandes crisis económicas del 30 y de los 70, como efecto de unos modos de reproducción que dejan su suerte al mercado
  • el uso de la energía nuclear que nos sitúa ante fuerzas que superan la escala humana y que, de hecho, no dominamos («somos los guardianes de la bomba», Sartre)
  • la experiencia del socialismo de Estado, su estruendosa caída y la desilusión frente a las alternativas
  • el surgimiento de nuevos fundamentalismos, fuerzas y formas agresivas y regresivas que se creían superadas
  • la revolución de las comunicaciones que permite la información en tiempo real simultáneo
  • la tercera revolución industrial o la entrada al desempleo masivo estructural
  • la apertura planetaria de las relaciones sociales (globalización) o el inicio de una etapa de fenómenos de repercusión planetaria etc.

 

Y, como consecuencia de todo esto, también ha tenido lu- gar, aunque no se perciba tan indiscutiblemente como los hechos anteriores, el surgimiento de:

  • la conciencia (social) del límite (aunque sólo sea al nivel primario de «esto no puede seguir así») y el descrédito de las teorías del Crecimiento Indefinido
  • la conciencia de la relatividad (no sólo cósmica, sino también social entendida la relatividad no como simple perspectivismo, sino como conexión universal de todo con todo: como relacionalidad universal y, por ende, como responsabilidad). La idea de que somos parte de la «aldea global» y que debemos tener en cuenta la re- percusión de nuestras acciones («efecto mariposa»)
  • la conciencia de la complejidad, como ruptura con el paradigma simplificador y dicotómico de la «Modernidad imperante»; complejidad que trata de recoger la gran riqueza del mundo, desde la variedad biológica a la variedad y diferenciación cultural -de dónde la exigencia de respeto al otro y a lo otro, porque la diferencia (¡la no-fundamentalista!) cultural es riqueza la conciencia de la contingencia, como oposición a los postulados de universos cerrados y unilaterales. NO hay, pues, una historia única ni hemos arribado al «fin de la historia»: «hay alternativas», las cosas pueden ser de otra manera
  • La exigencia creciente de la participación ciudadana directa, en tanto principios como el de la subsidiariedad la hagan posible. Participación que se basa en la crítica (¡no en el rechazo!) de las formas democráticas actuales de delegación de la propia voluntad a través del voto

 

Por cierto, se trata de formas de la conciencia social que, aún huérfanas de concepto que las integre, aparecen «ahí» como hechos brutos, tan brutos como los señalados al principio; pidiendo, por ello, articulación teórica con el objeto de liberar de arbitrariedad los discursos que versan sobre Desarrollo Humano Sostenible. Diríamos que son formas muchas veces implícitas ya en ciertos planteamientos actuales, que suenan piadosos (porque parecen parches, remiendos timoratos frente a ciertas prácticas humanas descreditadas), pero que nosotros debemos explicitar y argumentar, para darle sentido no arbitrario a nuestras propuestas y puedan éstas aparecer inteligentemente cerca- nas a la vida.

No se puede evitar la impresión de que las grandes infamias y los tremendos disparates históricos, para que se vean socialmente como lo que son (para que la infamia o el despropósito «salten a la vista») han de revestir formas desmesuradas: a lo Auschwitz o Hiroshima, etc. Y aún cuesta más desmesura y no poco tiempo para que pasen de la conciencia de las gentes a las legislaciones (¡se necesitó la segunda guerra mundial para forzar la Proclamación de los Derechos Humanos!). Todavía más, para que se precipiten en formas sociales «obvias», de sentido común, de práctica generalizada. Nos hemos tenido que llevar un gran susto ecológico, un susto demo- gráfico y otro no menor atómico, para que llegáramos a pensar en la necesidad controlar la natalidad o la contaminación o los desechos radioactivos. Por así decir, llevamos ya unos años ro- turando un campo que comienza a estar disponible para hablar de Desarrollo Humano Sostenible con altos grados de seriedad y atinencia, superando con mucho las simplezas piadosas que se puede pensar un Presidente del Banco Mundial durante un relajante fin de semana y los consejos que nos suelen dar acerca de la necesidad de acabar con ciertos excesos del capital.

Decíamos hace unos años (véase: Trputec/Serrano: «Hacia un concepto de desarrollo humano sostenible»; Paraninfo, año 6, nº 12, 1997) que el desarrollo humano es un proceso riquísimo que se despliega dentro de un espectro cuyos límites vienen dados por la sostenibilidad y la inclusión. Pero, ¿cuáles son las razones de este universo de posibilidades? ¿Se trata de un programa de buenas intenciones o tiene un fundamento en la realidad?

Hemos comprendido que lo puesto, lo establecido, lo logrado por el ser humano en un momento dado no agota todo su potencial. Bastó el paso a la simple cooperación en la manufactura para que los procesos de trabajo rindieran el mil por uno. Apareció aquella «fuerza de masa», aquel plus que es mucho más que la suma de sus partes y, sobre todo, que trae consigo, además de aumentos notables de la cantidad, nuevas cualidades. El ser humano, cada ser humano es siempre más de lo que en un momento dado ha llegado a ser: es también sus posibilidades reales, su potencial aún no desplegado. Ahí precisamente se sitúa el afán del desarrollo en general: como proceso de despliegue del potencial social e individual (subjetivo y personal). Y también ahí se ve el tesón con que muchas sociedades pugnan para superar retrasos y carencias con la conciencia de que pueden llegar a satisfacerlas al disponer de un potencial humano aún latente. Y téngase en cuenta que se habla aquí de desarrollo humano, no de simple desarrollo económico o científico o tecnológico (que, siendo expresiones del ser humano, lo parcelan cuando se realizan separadamente), para destacar que es el ser humano, todo ser humano el que se convierte en foco de interés, en centro del desarrollo. Y que se habla de todos, porque partimos de la tesis de que todos podemos más que sólo algunos. Tesis inteligente y cualitativa por muy cuantitativa que suene, pues lo que hace es reclamar la presencia de todos convencidos de que no sólo es más humano incluir a toda persona, porque tiene derechos reconocidos y recogidos en Pro- clamas, Códigos y Constituciones, sino que también es más rentable. Debería cuantificarse los costos del desempleo, de la pobreza, de la exclusión para que «saltara a la vista» este insoportable derroche humano en nuestras sociedades.

Pero, desde mediados del siglo veinte, la humanidad tiene saber científico y poder tecnológico para acabar con los recursos naturales y para acabar con la vida misma. Éste es un hecho de nuestro tiempo, no de tiempos antiguos. De ahí que cualquier proceso que se incoe tratando de posibilitar el despliegue de nuestras posibilidades como seres humanos haya de ponderar este extremo de la sostenibilidad. La sostenibilidad es una categoría de nuestro tiempo por esa razón: porque sabemos de la repercusión de nuestras acciones y porque ya somos capaces de acabar con nosotros mismos. Proyectos de despliegue del potencial social que en nuestros días no tengan en cuenta su sostenibilidad atentan contra la vida misma y contra la supervivencia de la especie humana. No es sostenible un proyecto por- que «los que se quedan, los por-desarrollar, sigan haciendo las cosas como indica el proyecto» que otros ya desarrollados les hicieron; ni es sostenible por el mero hecho de que dure, sino por tener en cuenta dimensiones de compatibilidad y de respeto con los otros, con lo otro y con las generaciones futuras.

Quedaría manca esta postura, si no se precisara, exigiendo otra dimensión que es solidaria de las otras dos se trata de la exigencia de participación ciudadana en los procesos de desarrollo. Participación por las razones arriba apuntadas, pero también porque nuestro tiempo nos ha mostrado que las formas de ejercicio de la libertad a través de la delegación de la voluntad por el voto electoral, necesitan continuamente correctivos para que no se desfiguren los modos democráticos de conducción de la vida social. No se trata entonces de minimizar el Estado, ¡cuánto menos de eliminarlo!, pues el Estado nos permite atemperar, absorber, amortiguar las agresiones del exterior y puede gene- rar espacios de convivencia interna donde las personas, los ciudadanos desplieguen el discurso, polemicen, propongan, acuerden, argumentando hasta llegar a propuestas aceptables y, por ello, legitimas. El Estado como garante de espacios de convivencia que, a la postre, son los espacios de la supervivencia. No se trata de sustituir al Estado, sino de incorporarse a las tareas de la vida política ejerciendo el pleno derecho a la participación que nos es propio

Desde esta perspectiva, suena poco convincente un programa que se llame de Desarrollo Humano Sostenible que tenga por meta erradicar» la extrema pobreza» y no la pobreza simpliciter (la pobreza a secas), sabiendo como se sabe que ya dispone la humanidad de la capacidad instalada suficiente para producir (y de hecho ya se produce aún sin proponerse estos fines) bienes para los seis mil millones de seres que hoy pueblan la Tierra. Sacar a las personas de la extrema pobreza hacia la pobreza no extrema no es desarrollarlas, sino liberarlas de la muerte. La pobreza, ningún estado de pobreza es asumible ni tolerable como plataforma de desarrollo. Como resulta un adjetivo piadoso en el mal sentido del término-el de la sostenibilidad, si antes no se ha precisado hasta qué punto tal proceso tiene en cuenta a todos o no. Pues «sostenibles» (en el sentido de que duren sin más) pueden llegar a ser procesos sociales de pura ignominia e injusticia.

La época que nos toca vivir parece haber roto muchas fronteras y quiere, ideológicamente, proclamarse irremediablemente postmoderna y globalizada, como dando a entender que no hay término medio: que se está o no se está: Que la «globalización» es un tren (de línea férrea unilateral) en marcha y que quien no se suba a él, quedará para siempre fuera de la historia.

Muchos pensarán, y los hay, que el tren ya pasó hace bastantes años por su lado y que todo esfuerzo posterior será inútil, pero olvidan que son poquísimas las dimensiones realmente planetarias, «globalizadas»; que la mayoría de las relaciones sociales siguen siendo regionales, cuando no nacionales y hasta locales; que hacemos y rehacemos diariamente nuestras vidas en sociedad con nuestros vecinos y que devaluar lo local es elevar este tema a esferas de abstracción ni siquiera teóricamente legitimas; que no hay ninguna garantía de bienestar y de desarrollo tratando de abordar un tren que, como se ha visto estos años, peligra continuamente con descarrilarse (crisis finacieras que no han hecho sino comenzar).

Es nuestra obligación desplegar ahora aquella «astucia de la razón» de la que hablara Hegel, para tratar de potenciar lo que conocemos por bueno e idear formas inéditas de vida y de convivencia que, sin olvidar que estamos ciertamente en un mundo multirelacionado y con necesidad de solidaridad, nos desenvolvemos en terrenos bastante angostos y familiares don- de aún son posibles muchas más cosas de las que pudiéramos soñar.

 

  1. CONSIDERACIONES ACERCA DE LA GESTIÓN DEL DESARROLLO HUMANO SOSTENIBLE

Gestionar es intervenir en los procesos de la vida social, pero, ¿cómo?

No es mandar ni siquiera dirigir. Es animar, orientar procesos. Por tanto, la gestión del desarrollo humano sostenible tiene que ver con ese tipo de cooperación que busca iluminar caminos, promover conocimiento y conciencia, propiciar la discusión y, en tanto sea posible, llegar al consenso. Se trata de incluir, incorporar a quienes serán los verdaderos actores de su propio desarrollo. El gestor inicial debe ser algo así como el estratega que planifica, conversa, acuerda con los actores formas, sentidos, contenidos, plazos, medios, etc. y después y sólo después se queda en el proceso animándolo hasta el momento en que éste adquiere vida propia y ya no necesite ni de ilustradores ni de animadores para que perdure.

Pero, ¿de qué desarrollo estamos hablando, cuando hablamos de su gestión?

Ya sabemos cómo, cuándo y por qué el desarrollo humano lleva ahora el adjetivo de sostenible. Ha dado muchas vueltas este concepto en los últimos años. «La construcción de vocabularios políticamente correctos desempeña un papel central en la política-espectáculo que predomina en el mundo institucional actual… Cuando, en inicios del movimiento ecologista, comenzó a prestarse atención a las energías eólica y solar, se las solía denominar como «energias libres». El adjetivo «libres>> tenía un claro significado político que resultaba inadmisible desde la perspectiva institucional… En su lugar…utilizaron…la denominación «energías limpias>>…No obstante, aunque el adjetivo <«limpias>> era…aséptico…desde el punto de vista político …ponía…en evidencia a las energías «sucias>>…pronto comenzó a ser sustituido por el de «energias alternativas>>…En los años 90, la prioridad pasó a ser la de mostrar a la sociedad… los avances en la introducción de fuentes de energía <<ecológicas>>…misteriosamente, las «energías alternativas>> comenzaron a ser denominadas como «energias renovables»…Construir nuevos embalses vuelve a tener sentido ecológico…El público puede pensar que por fin las instituciones van a apoyar masivamente las energías solar y eólica: de eso se trata: que el público tenga cosas agradables en que pensar….Renovables>> tampoco parece que vaya a ser el adjetivo definitivo para las energías presentadas como «amigas del medio ambiente». Comienza a escucharse últimamente el calificativo de energías sostenibles», definidas según la noción de sostenibilidad del famoso «Informe Brundtland»…Este adjetivo permite nuevas licencias <<ecológicas>> de grueso calibre…».(A. Estevan: «El nuevo desarrollismo ecológico». Archipiélago, n°33, 1998; págs.55-57) La idea de sostenibilidad que se le ha añadido a la de desarrollo humano también ha sufrido cambios hasta venir a significar lo que hoy se usa como tal. Está lejos de ser precisa. Al punto que, por imprecisa, se puede pensar en muchos y diferentes modelos de sostenibilidad con los que quizás no estaríamos de acuerdo.

Cuando la sostenibilidad haga referencia sólo a la duración (la idea de que un proceso «dure>>: que aguante las embestidas del tiempo o que perdure más allá del momento en que los expertos en desarrollo se han vuelto a casa), cabe imaginar muy diferentes escenarios de procesos sostenibles, si no con carácter de eternidad, al menos sostenibles en el largo plazo. De hecho, los milenarismos sobre todo los de tipo nazifascista- han imaginado la entrada de la sociedad a un período de mil años bajo la égida de algún caudillo que garantizaría «paz» y «bien- estar>> sin peligros ni enemigos, al haberlos eliminado previamente.

Así que, al añadirle al término de «desarrollo>> el de «sostenible», poco avanzaríamos, de no especificar qué tipo de desarrollo queremos realizar y a qué exigencias debe atenerse la gestión.

Por ello, y en tanto estos adornos que se le van colgando al concepto de desarrollo vienen a ser como determinaciones explícitas del mismo, nuestro concepto de desarrollo -aquél con el que estamos trabajando en este postgrado-, además de los adjetivos o determinaciones de humano y sostenible, debería exhibir otras como la de consciente, participativo, composible, lícito y legitimo.

* Es desarrollo, esto es, despliegue de un potencial que llevamos en parte inscrito y, en parte, lo tenemos por la relación con los otros y con el medio vital: lo que una larga tradición filosófica definió como la «esencia humana» que es siempre más de lo que fácticamente ha llegado a ser o lo que Georgescu- Roegen ha llamado «la aparición de la innovación por medio de la combinación» (La Ley de la entropia y el proceso económico. Argentaria. Madrid, 1996; p.58). Esta idea, si bien comenzamos a hacerla valer socialmente en nuestra época, tiene una muy larga tradición. La vemos explicitada en la Filosofía Primera de Aristóteles (con sus conceptos de potencia y acto) y recorre una línea casi subterránea a través de los siglos por pensadores como Leibniz o Horkheimer.

 

* Es humano, no simple despliegue de potencialidades biológicas. Éste conlleva también el despliegue de las potencialidades que nos diferencian como especie humana: desde el conocimiento y la conciencia, a la sensibilidad propiamente humana (los cinco sentidos del hombre son fruto, según Marx, de la historia universal) y a los valores culturales y espirituales. No importa cómo queramos definir al ser humano por su diferencia específica, si como homo habilis, homo faber, homo symbolicus o como homo sapiens; el hecho es que el desarrollo sólo es humano, si comprende lo que hoy, a inicios del siglo veintiuno, nos adorna como seres sociales y lo que de ello vale la pena potenciar para su despliegue.

* Es sostenible, esto es, se hace respetando y recreando la biosfera con la que se intersecta nuestra praxis y, ante todo y para lo mismo, respetando e incluyendo en nuestros proyectos y cálculos, a las generaciones actuales en su totalidad y a las generaciones futuras- toda vez que hoy sabemos (por el poder científico-tecnológico de que disponemos) que somos responsables de nuestra suerte. La sostenibilidad no puede ser sino un ideal al que asintéticamente pretendemos encaminar nuestros proyectos, conociendo nuestra fragilidad y nuestra limitación, pero ha de tenerse como faro que ilumine inteligentemente nuestros pasos, siguiendo lo que Hans Jonas ha llamado el principio responsabilidad.

* Es consciente, porque se educa a quienes están involucrados para que sepan lo que les espera y actúen responsablemente. La misma sostenibilidad depende de esta determinación. Por supuesto que tal grado de conciencia no ha de confundirse con los modelos de competencia perfecta de la economía neoclásica, que supone para sus agentes un conocimiento perfecto de las situaciones. Tiene que ver con el acceso a la educación y a la formación de la conciencia social que han de ir ganando los sujetos del desarrollo a medida que progresan en sus actividades y trabajos.

* Es composible, porque se tiene en cuenta su repercusión sobre el resto de la sociedad y de la naturaleza de la que dependemos y vivimos.

* Es legítimo, porque se ha validado socialmente en libertad y con conocimiento de causa. La legitimidad se gana mediante la libertad, el conocimiento y el consenso.

* Es lícito, esto es, se realiza según la norma ética kantiana que limita lo que se puede hacer: no hay que hacer todo lo que se puede hacer: sólo se puede lo que se debe. Y, si hubiera que buscar algo así como el punto de apoyo arquimédico en que afianzar algún criterio de licitud, creo que habría que recurrir a algo tan primario, pero tan universal, como la ley de conservación de nuestra especie, aunque enunciada como el proceso que garantiza la reproducción de las condiciones de la existencia humana, o, si se quiere, las condiciones de reproducción de la vida humana y, con ella, la de la vida en general. Cualquier proceso que pusiera en peligro esta meta, sería ilícito por definición.

Esto quiere decir que, como gestores del Desarrollo así entendido, nos enfrentamos a una tarea de enorme complejidad: complejidad de complejidades pues, a la complejidad que de por si tiene este tipo de desarrollo, se le añade la que conlleva la gestión misma cual forma de intervención científica, que exige conocimientos no ordinarios y experiencias de largo calado.

La historia está llena de los más variados ejemplos de intervención hacia algún tipo de desarrollo humano, de despliegue de las potencialidades del ser social. Y no creo que ninguna de ellas haya perdido de vista la dimensión de la sostenibilidad entendida como simple perdurabilidad. ¡Qué institución no habrá querido, desde sus inicios, perdurar a través de los tiempos! Baste recordar proyectos de todos conocidos como lo fueron los hospitales de «tata>> Quiroga, las Reducciones del Para- guay, los Falansterios de Fourier o la «ciudad santa» de Canudos de Antonio Conselheiro. Que no eran sostenibles lo vimos porque todos ellos desaparecieron, algunos después de breve tiempo. Allá, con métodos que ya se conocen, se intentó gestionar unas formas de vida reñidas con lo que las rodeaba: formas que, por ello, fueron calificadas de utópicas. Si se quiere, podemos decir que toda vida monacal tiene estas características, como las tienen otras formas de vida militar, etc. y no se podrá negar que algunas de ellas lo que más han acusado ha sido su persistencia en el tiempo y, claro está, su sostenibilidad: ¡algunas ya tienen más de un milenio en su haber!

¿En qué nos diferenciaríamos aquí de aquellos al hablar de gestión del desarrollo humano sostenible? ¿Qué es lo que nos identifica? ¿Qué tipo de potencial humano queremos desplegar aquí y a qué tipo de sostenibilidad aspiramos?

En ninguna de ellas, que sepamos, la gestión fue y es en- tendida tal como lo hemos expresado más arriba. La gestión vino siempre desde arriba, como mandato, como dirección, como obligación a la que había que someterse. Precisamente en ese sometimiento (religioso o militar a sus Reglas y Reglamentos) se cree que radica su sostenibilidad, entendida como perdurabilidad. Gestionar ahí no es sino decidir o, al menos, acatar normas que no se discuten y a las que, posiblemente con plena conciencia, se somete la voluntad de los aspirantes y de los practicantes. La idea de obedecer como un cadáver» o la de «las órdenes del superior se acatan y cumplen, pero no se discuten», son manifestación de aquellas formas de vida.

Cosa parecida cabría decir del despliegue del potencial humano. ¿Qué tipo de despliegue de potencial se propicia en esos lugares? No podemos imaginar un cuartel dónde se propi- ciara el despliegue de la misericordia, del perdón de los enemigos, de la discusión crítica de los reglamentos o del altruismo que son, por cierto, cualidades y potencialidades del ser huma- no. O, por no ir más lejos, pensemos en la vida monacal que tratara de potenciar la sensibilidad corporal, el sentido práctico de los negocios para adquirir riquezas y la creatividad de pensamiento para imaginar y gestionar otras formas alternativas de vida monacal.

Nuestra tarea es diferente, porque lo que se persigue es diferente. Sin despreciar ni menoscabar ni quitarle valor a estas formas ya milenarias que, en momentos de crisis de civilización, han sabido mantener sus ideales y, en casos concretos como en el de los monasterios benedictinos, han podido salvar para la posteridad gran parte del acervo cultural de Occidente, aquí estamos hablando de otra cosa: se trata de propiciar el despliegue de un potencial social en un ámbito de libertad, de justicia, de conocimiento, de consenso, para acercarnos cuanto sea posible en cada momento histórico a eso que en cada época entendemos por bienestar humano. Aquellas otras formas de vida que hemos destacado y que tienen todo nuestro respeto suponen opciones personales que afectan a grupos y a individuos y que, en ningún momento significan un peligro para las sociedades; pero aquí se trata de proyectos sociales que involucran por activa y por pasiva a la sociedad como un todo.

Gestionar no es, por tanto, simple intervenir en procesos sociales, sino intervenir de acuerdo a fines derivados o, al me- nos en consonancia, con las determinaciones que hemos seña- lado sobre el desarrollo a sabiendas de que nuestra intervención repercute sobre el resto de la sociedad muchas veces más allá de nuestras previsiones. Tiene un sentido normativo y pretende incoar cambios en las estructuras sociales.

Disponemos, ya se ve de salida, de una concepción de desarrollo humano que no es descriptiva sino normativa. No pue- de ser descriptiva, porque radica en su deseo de superar las formas vigentes y mal haría con quedarse contemplando lo que hay. A eso se debe que, con el correr de los años, se le hayan ido añadiendo determinaciones (la de «humano», de «sostenible>> y las que aún vendrán). De hecho, en los últimos años y por razones conocidas, el concepto de desarrollo humano se ha visto obligado a incorporar las relaciones del ser humano con la biosfera como única forma de introducir la otra dimensión que ha comenzado a ser significativa: la del futuro.

Posiblemente comience a verse con claridad que la gestión del desarrollo humano es una tarea muy compleja, que requiere conocimientos extraordinarios (superiores a los que provee el sano sentido común) y decisiones de alto riesgo, dadas las incertidumbres que acompañan estos procesos y las que se irán generando a medida que se despliegan las posibilidades y potencialidades humanas. Es una tarea que ha de contrastar continuamente lo planificado con lo que se va logrando, aunque sólo sea, porque cada paso que se dé transforma las situaciones de que se parte y exige tomar decisiones muchas veces imprevistas, cuando no contradictorias. Es la única forma razonable y responsable de superar nuestras limitaciones, al no poder conocer todas y cada una de las variables involucradas en los procesos ni poder prever con exactitud los efectos que nuestras acciones tendrán en el futuro. 

Desde el momento de máxima generalización de los espacios teóricos, de los modelos y de los proyectos, hasta las circunstancias concretas habrá de tomarse en cuenta una escala gradual de posiciones para discernir lo que quepa y deba hacer- se en cada momento: de lo pensable, a lo posible; de lo posible, a lo probable; de lo probable, a lo factible; de lo factible, a lo conveniente; de lo conveniente, a lo lícito; de lo lícito, a lo legi- timo. Hablamos del descenso estratégico que «baja>> hasta la praxis concreta teniendo en cuenta los aspectos científicos, políticos, éticos, medioambientales, económicos, etc., sin perder de vista el espacio teórico y el modelo del que se parte, para que sirva de guía crítica y de faro que ilumina la acción social. No hay que tenerle miedo a la generalización de estos espacios teóricos, con tal de que hayan recogido «suficientes>> determinaciones, esto es, con tal de que no olviden aquellas dimensiones que están en la frontera de lo últimamente descubierto. ¿Qué se diría de la elaboración de un espacio teórico para la producción de bienes de consumo en nuestro tiempo que no tomara en cuenta los gastos energéticos o que se proyectara sobre la base de jor- nadas de trabajo de doce horas, cuando se sabe que ya no hay forma de justificar tales medidas?

Quiere decir que una gestión del desarrollo humano sostenible a tono con nuestro tiempo ha de satisfacer, al menos, tres dimensiones:

  1. a) que sea para el largo plazo. Que integre el futuro de la especie humana (las generaciones futuras) y el futuro de la Tierra como un todo, pues es nuestra única patria;

 

  1. b) que sea multidimensional, esto es, que analice y tenga en cuenta la multirrelacionalidad de todo con todo, aun- que obviamente haya de dejar (¡pero con conciencia de ello!) no pocas dimensiones entre paréntesis y que convoque para ello multidisciplinarmente saberes y conocimientos;
  2. c) que no olvide el hecho rotundo que se ha producido a mediados del siglo XX y que nos acompaña y nos acompañará para bien y para mal: ha cambiado decisivamente la relación del ser humano con la biosfera y, en general, con la Tierra (con mayúscula). Por vez primera en la historia humana, el ser humano dispone de un saber y un poder capaz de acabar consigo mismo como especie y con la Tierra misma como planeta habitable. Saber y poder que se han traducido en la modificación cada vez más visible de nuestro habitat. Si ya desde el nacimiento de la agricultura y la domesticación de animales nuestra suerte y reproducción como especie ha dependido de nuestro trabajo y no de lo que la naturaleza espontánea- mente brinda, ahora son los elementos naturales los que han pasado a llevar el sello de nuestras acciones. Los vientos, las aguas, las especies vivas, el clima dejaron de ser <<naturaleza pura», mundo independiente del hombre. Desde hace ya más de sesenta años, la llamada «naturaleza bruta» es naturaleza praxeada por la acción humana y, a fuer de tal, segunda naturaleza – al menos la intersectada con nuestra praxis, que es la que, a fin de cuentas, nos determina fundamentalmente. El agua pura», el «aire puro», la «naturaleza virgen» son hoy abstracciones o, cuando menos, ideales por los que as- piramos y soñamos. Del mismo modo que resulta una abstracción no justificable en nuestro tiempo hablar de la sociedad, prescindiendo de la naturaleza: como si la vida de los seres humanos pudiera describirse y explicarse, dejando de lado su relación multidimensional con la madre Tierra.

 

Ya no se trata sólo de situarse en la frontera de los tiempos modernos y reconocer que somos, como ya se decía al inicio, limitados, esto es, que somos finitos y que lo que nos rodea también lo es, lo que lleva a ser responsables y prudentes;

relativos, en el sentido de seres en relación y, por ello, dependientes, necesitados del otro y de lo otro;

composibles, o lo que es lo mismo: seres que son lo que son por las relaciones en que están que, en términos humanos, nos dice que la supervivencia de la especie pasa necesariamente (¡cuando se ven las cosas desde el punto de vista del largo plazo!) por la convivencia; contingentes, esto es, seres, circunstancias, constelaciones, sistemas, etc. que son como son por razones suficientes (razones históricas, culturales, etc), pero no por necesidad absoluta: que todo, en fin, puede ser de otra manera. Que hay alternativas;

complejos, seres cruzados por tantas relaciones que, cuan- do se les quiere entender en su especificidad, arrastran con- sigo a muchos otros seres y relaciones;

 

que no es poca cosa.

Se trata, además, de que asumamos que hemos cambiado nuestra circunstancia vital de tal manera que ésta ha comenzado a depender de nosotros.

 

Hasta ahora, nuestros esquemas de pensamiento y los espacios teóricos desde los que veníamos derivando modelos de desarrollo y de gestión eran solidarios de una tradición que, si bien logró deshacerse allá en los albores de la Edad Moderna de la idea de los determinismos naturales cual imposición invencible, mantiene aún la idea de que estamos en un mundo o receptáculo, la Tierra, que habitamos como sus huéspedes y que ella soporta todo lo que queramos y podamos hacer en ella. No es extraño que aún se siga hablando de contradicciones e imposibles como el de crecimiento sostenido y de cosas por el estilo. Nuestro mismo concepto de «Desarrollo sostenible» queda también en esa frontera de lo imposible y cercano a la familia de lo oxymoron. Suena tan raro como aquello de la revolución continua que ya oportunamente criticara Hegel por constituir un tormento insoportable para el ser humano.

Ya se sabe que el primer mundo no está dispuesto a propi- ciar un desarrollo del tercer mundo parecido o igual al que se tuvo en el primero: esto, dicen con razón y con conciencia del límite, llevaría a un colapso de la Tierra: tanto no soportaría nuestro planeta. ¿Qué hacer entonces? Porque la extrema po- breza es un peligro para el primer mundo. ¿Cómo combatir la extrema pobreza-esa que es peligrosa-, aunque ahora ya hablen de la pobreza simpliciter que piensan que nunca acabará? Pues convirtiendo al tercer mundo que, curiosamente está en la franja de la Tierra que aún produce una cosa, oxígeno, en jardineros del primer mundo: aportando cuidado de la naturaleza eternamente, a cambio, claro está, de la condonación continua de pedacitos de algo que es potencialmente infinito y eterno: la deuda externa.

Si, ya de por sí, la gestión del desarrollo era compleja, ahora se hace mucho más, pues se trata de organizar los procesos sociales teniendo en cuenta las fuerzas y las situaciones tanto internas como externas que conspiran programáticamente contra nuestros modelos y teorías. ¿Cómo tomar decisiones en estas situaciones? ¿Cuál es la decisión óptima? ¿Existe eso de la situación o de la decisión óptima? ¿Qué es aquí lo óptimo y quién y cómo se decide?

Se verá, entonces, que esto de gestionar el desarrollo humano sostenible requiere mucho estudio, pero resulta muy atrayente, dado el enorme reto que supone.

Esas dimensiones sociales que hoy son problemas y temas y que tanto nos preocupan (la seguridad ciudadana, la salud, la educación etc.,) tambien se producen y reproducen del mismo modo que estamos contiente produciendo y reproduciendo las determinaciones que las hacen posibles y que las hacen ser como son

NOS PREOCUPA, ANTE TODO, LA POBREZA como expresión cruda de privación y de exclusión social: privación de la participación en el disfrute y quizás en la producción de la riqueza social producida que, al ser fuente de vida y plataforma del desarrollo de las potencialidades humanas, significa la exclusión social más radical.

Por esto mismo, desglosando esta totalidad social en diferentes aspectos, diremos que:

La SALUD personal, social y ambiental es riqueza social, por tanto, el no disfrute de ella es pobreza, es exclusión es no-participación;

La EDUCACIÓN (el saber y el conocimiento) es riqueza social, por tanto, el no acceso a ella es pobreza, es exclusión, es no-participación;

Los MEDIOS MATERIALES DE VIDA son riqueza social, por tanto, el no acceso a ellos es pobreza, es exclusión, es no-participación;

La PAZ (algunas de cuyas determinaciones son la seguridad ciudadana, la fiabilidad de las instituciones públicas, el imperio del derecho para todos, la cooperación, la esperanza en el futuro, etc.) es riqueza social, por tanto, no disfrutar de ella es pobreza, es exclusión, es no-participación;

La LIBERTAD es riqueza social, por tanto, no disfrutar de ella es pobreza, es exclusión es no participación; EI TIEMPO DISPONIBLE (el que sobra después de producir en tiempos mínimos los medios de vida suficientes para satisfacer las necesidades elementales de los seis mil millones de seres humanos) es riqueza social, por tanto, no acceder a él es pobreza, es exclusión, es no-participación.

 

Todas estas dimensiones (y otras aquí no enunciadas) de la vida social son, pues, productos sociales. La pobreza, por tanto, va mucho más allá de la falta de techo, de alimento o de vestido. Debe quedar claro que ninguna de estas dimensiones, considerada a solas, permite definir lo que es la pobreza ni la participación ciudadana. Estamos ante un problema, ante un tema social, de enorme envergadura y de máxima complejidad y, como tal, debe ser tratado.

Pero, ante todo, debemos comenzar a entender que, contra todos los discursos actuales sobre este tema, el problema no son los pobres (aunque sea el miedo de los países ricos del Norte a la invasión de los pobres del Sur lo que motiva estos temas); el problema no es la pobreza como dato, como faktum, como hecho y, por tanto, de lo que se trata no es de combatir la pobreza, sino las formas sociales que producen riqueza y, simultáneamente y desde las mismas estructuras, producen la pobreza y la exclusión social. La pobreza no es un simple subproducto no deseado en la producción de riqueza social, ni siquiera un asunto explicable exclusivamente desde la categoría de la distribución de bienes existentes, sino una relación que recorre transversalmente la red multidimensional que constituye las actuales formas de vida. El lenguaje militar que se usa, al invocar el «combate>> a la pobreza, indica, sin dejar lugar a dudas, que la pobreza y, más concretamente, el pobre se ve como amenaza (sobre todo cuando los pobres son mayoría, ¡cuando son miles de millones!).

No se olvide, además, que se puede estar participando en la vida política como elector, sin dejar de ser pobre, y pobre de solemnidad.

Esto supone abordar el tema POBREZA Y PARTICIPACIÓN CIUDADANA desde un ángulo diferente del que se suele usar en nuestros días. Son otros los principios que alumbran nuestros pasos, porque es otro el concepto que tenemos de lo que es desarrollo humano, de lo que es pobreza y de lo que es participación ciudadana.

 

Reiteradas veces hemos señalado algunos de estos principios. Algunos de ellos:

 

  1. a) la pobreza no es umbral de desarrollo humano; ¡cuánto menos la extrema pobreza!

 

  1. b) La pobreza, la exclusión social no es rentable económicamente: todos podemos más y mejor que sólo algunos;

 

  1. c) Partimos del reconocimiento del límite, de la imposibilidad del crecimiento sostenido, menos aún el indefinido: por ello, hay que actuar con conocimiento de causa y con mucha prudencia;

 

  1. d) Toda situación es contingente (incluida la de la globalización), por ello hay alternativas, incluida la del desarrollo local;

 

  1. e) Lo constituyente del todo social es, para bien y para mal, la multirelacionalidad, la composibilidad: necesitamos del otro y de lo otro: el otro no es la amenaza; la naturaleza no es lo hostil que haya de ser depredado;

No se trata, finalmente, de combatir la pobreza -esa amenaza del Sur del mundo-, sino de evitarla: se trata de no producirla. Por ello, los resortes, las medidas, las políticas no han de constituirse al final, cuando ya hay pobres, sino al inicio, allí dónde, cuándo y cómo se está generando la riqueza. Lo demás suena a receta piadosa o, lo que es peor, a programa encargado de ahuyentar al pobre para que no moleste; para desactivar, como dicen algunos, esta «bomba» de la extrema pobreza, para que no explote. Hay que estudiar el lugar donde la pobreza se produce, para cambiar esas formas: la misma forma social que produce supermillonarios, por la misma razón y por los mismos medios, produce pobres. Esto sonará a la doctrina que se quiera, pero es tan perogrullesco que ni amerita mayor explicación. De lo que se trata es de llegar a poner el centro de estudio y análisis en la relación que produce estas contradicciones y des- igualdades tan ofensivas y tratar de sugerir modos alternativos de reproducción de las condiciones de vida.