Espacio e identidad social

Espacio e identidad social

German Edgardo Moncada Godoy

En este artículo interesa plantear que el espacio no sólo contiene a las personas, sino además las define. Los lugares hacen a sus habitantes acreedores de ciertas características de identidad social producto de las cualidades particulares que le son distintivas (Corraliza, 1992). De manera que, por ejemplo, comprender la ciudad de Tegucigalpa puede ayudar a entender los efectos que ésta tiene sobre las personas que le habitan y las relaciones que se hacen posibles en este escenario.

La ciudad de Tegucigalpa retrata a sus habitantes, no sólo porque los mismos han participado directa o indirectamente dándole forma, sino, además, porque permite ciertas acciones, desplazamientos y aficiones. El uso cotidiano del espacio por el que se circula hace que las personas se lo apropien al mismo tiempo que el lugar también captura a quienes lo usan, estable- ciendo una relación en la que se es consumidor y constructor de la carga simbólica que tiene el lugar (Holahan, 1991). Los sig- nificados se forjan con la experiencia, se recrean con vivencias que no son individuales, sino más bien colectivas, ya que se aprende cómo culturalmente se hace uso de los espacios y las connotaciones que tiene (Lofland, 1976).

En este ensayo se procede como cuando se entra a una casa y se observa su color, olor, muebles, estilo, etc, y a partir de esos aspectos se hacen juicios sobre las personas que la habi- tan. De manera que, en una casa muy bien cuidada y arreglada, se puede decir que el orden es una característica de las personas que ocupan dicho espacio; si predomina la cerámica de barro, se obtienen algunas impresiones, a diferencia de si se prefiere artículos de cristal. De tales detalles es dable extraer conclusiones acerca de las vivencias que son posibles de escenificar en dicho espacio, así como gustos y preferencias de las personas que los poseen.

Efectivamente, gran parte de la experiencia acumulada a lo largo de nuestra existencia está relacionada con el lugar donde se vive. Acontecimientos como el huracán Mitch, el desfile del 15 de septiembre, las huelgas, las aglomeraciones en el mercado, las procesiones de Semana Santa, las compras del sá- bado en el mayoreo, los robos en la peatonal, etc., son situaciones ligadas a un lugar determinado y sirven para darle un significado que es el que ayuda a relacionarse con él.

Asimismo, personas como los vendedores de lotería menor (chica), el policía, el taxista, la pulpera, los estudiantes, el zapatero o el oficinista son asociadas a lugares y se les va haciendo su historia, a la par que se construyen las relaciones sociales de acuerdo a las vivencias que se tienen con ellos, interacciones que se producen en un territorio determinado, ya que hay unos sitios que le son habituales. En definitiva este espacio es como un retrato constantemente dibujado donde tanto está depositada nuestra biografia (lo que somos) como situadas también nuestras aspiraciones (lo que deseamos ser).

Teniendo en cuenta los puntos de vista anteriores, a continuación se hace un intento de caracterizar las implicaciones de la naturaleza actual de la ciudad de Tegucigalpa para la identidad social de quienes la habitan. Con este fin se tocan tres aspectos: en el primero se aportan elementos sobre la estructu- ra de la ciudad y se hace un esfuerzo para establecer qué pueden decir estos factores de lo que somos; seguidamente se relaciona el sentimiento que los habitantes de la ciudad expresamos hacia este lugar y se establece lo que ello significa para nuestra identidad; y finalmente se describen algunas rutas que suelen usar los ciudadanos para hacer uso de este espacio y se muestra cómo ello determina lo que ven, lo que pueden hacer en este espacio y en buena medida lo que son.

CONCEPCIÓN ESTRUCTURAL DE LA CIUDAD

Tegucigalpa no es ya la ciudad que añoran los románticos, que con pesar recuerdan lo que era, pero tampoco es una ciudad moderna. En ella se conjugan una mezcla y trazos de varios estilos que provocan sensación de caos, pues las cosas se han ido ubicando como por capricho, sin obedecer a ningún plan, o según distintos planos cuyas perspectivas son diferentes porque se han ido formando a lo largo del tiempo. Esta mezcla hace dificil concebirla y darle sentido; es un lugar lleno de contrastes y contradicciones, una ciudad dual (Castells, 1986; Rodríguez- Villasante, 1986) en la que junto a espacios funcionales existen zonas pobres, abandonadas y en progresivo deterioro. Situación que refleja contradicciones y amenazas que van tejiendo la identidad de las personas que aquí viven.

Ésta es una ciudad de contradicciones: «es y no termina de ser»; no se define, se va llenando de matices y conserva rasgos coloniales que se entrecruzan con la modernidad. Este argumento se pone de manifiesto en distintos aspectos estructurales de la ciudad, a partir de los cuales se infieren característi- cas de sus habitantes.

Modernas edificaciones. Una de las cosas que más llama la atención de las personas que nos visitan, son los edificios que se han ido levantando en las últimas dos décadas al mismo tiempo que la economía del país ha descendido a una situación de deterioro. La estructura arquitectónica de Tegucigalpa muestra que en la ciudad coexisten tendencias de lugares que reflejan una clásica tradición colonial, de edificios antiguos conservados a propósito y modernas obras que apuestan por este estilo, como es el caso de la sede de BANHCAFE, o la misma casa presidencial y, quizás, el hotel Honduras Maya, que es un intento de conjugación de lo tradicional y lo moderno; por otra parte, hay nuevas edificaciones que han ido apareciendo, entre ellas hoteles y bancos, que marcan una inflexión en su concepción, ya que son edificaciones propias de ciudades cosmopolitas y compiten en estilo con modernos edificios en diferentes ciudades del mundo; ejemplo de ello son los hoteles Crowne Plaza e Intercontinental, así como la sede del Banco Grupo del Ahorro (BGA). Estas obras crean sentimientos ambiguos: por un lado enorgullecen a los habitantes, que las perciben como parte del lugar donde se vive; pero, al mismo tiempo, son moles que la mayor parte de los ciudadanos sólo ve de pasada y a las cuales se tiene poco o ningún acceso; representan, pues, un salto hacia algo que nos gustaria ser, pero por lo pronto sólo son una estación donde nos encontramos como en tránsito, sin saber si vamos o venimos.

El mundo espiritual. La religiosidad y los lugares destinados a su práctica pueden decir mucho de los habitantes. En este sentido, un corto recorrido muestra que hay distintos sitos que ponen de manifiesto el mundo espiritual que es posible vivir en nuestra capital. Lo más notorio son las iglesias católicas: la Catedral, la iglesia de los Dolores o el Cristo del Picacho, obra reciente pero ya signo de la ciudad. Menos notoria es la presencia de las iglesias evangelistas que van ocupando espacios, las diferentes denominaciones matizan progresivamente con edificios a veces poco visibles. Pero también hay grandes y poderosas edificaciones como Vida Abundante o la Gran Comisión, entre otras. Vale la pena mencionar a los mormones y otros iglesias cristianas de denominación protestante, que cada vez ocupan más espacios, hecho que denota una vez más en donde se mueve la identidad de los habitantes de este lugar, aquí se entrecruzan la fe cristiana con diferentes matices, razón por la cual no es casual que las personas muestren tendencias encontradas respecto al colectivo al que pertenecen.

 

Grandes superficies. La sintonización con tendencias modernas se ve explicitamente en los centros comerciales como el Mall y Plaza Miraflores, la forma en que éstos convocan y congregan a la población que gusta de estos lugares, en donde se encuentran los escaparates como ventanas donde se puede ver lo que se desea, en un solo lugar se concentra lo mejor de la oferta, como una casa de los deseos en donde aunque sea por instantes, se puede ver y aspirar, un recorrido que vale por si mismo aunque no se consuma, pero sólo el hecho de sentir que este sitio está en la ciudad donde se vive ya hace sentir parte de algo que vale la pena, que está a la altura y al que podemos ver de cerca y sentir como si fuera nuestro, a pesar de que en realidad, una vez fuera, sabemos que no nos pertenece y no es parte nuestra. Atrás van quedando el mercado y la pulperia, lugares donde las vivencias son otras, más próximas y cercanas; en és- tas podemos hacer negociaciones y conocemos las personas, pero son figuras que se van desgastando en la medida en que los gustos y de consumo de las personas va cambiando en función del mercado globalizado.

El centro del poder. Tegucigalpa es la capital, la gran ciudad, representa el poder ya que en ella se concentra el Gobierno, las Secretarías de Estado, en donde se encuentra la burocracia que responde a las demandas de los habitantes del resto de Honduras, además está el Palacio Legislativo lugar donde se hacen las leyes, donde se reúnen los diputados que representan a los habitantes de todo el país y la Corte Suprema de Justicia, que se ubica en el llamado centro cívico, lugar donde se va haciendo un conglomerado de instituciones del Estado. La idea de centro es atrayente, funciona como un espejismo al que acuden de diferentes partes del interior, que por mucho tiempo han ido nutriendo las filas de moradores, proceso que se convierte en una de las características más sobresalientes. Aquí han llegado personas procedentes de todo el país, se han ido juntando personas con diferentes subculturas rurales. Esta migración ha sido constante, y el proceso ha traido consigo comportamientos que se han incorporado a la ciudad; las personas reasientan sus propas concepciones del uso del espacio, sus casas, sus habitos de muchos  de ellos siembran en la ciudad, disponen de animales como gallinas, gallos, cerdos, perros ete Vin haerendo este fu gar a su imagen, le van imponiendo un estilo rural que les es familiar.

Pecados ambientales. Parte de la añoranza que sienten loe romanticos es el fresco elima de la Tegucigalpa de antañe Actualmente los climas extremos son cada vez más frecuentes, en sintonia con lo que ocurre en el planeta entero, pero reflejo de un desmejoramiento endógeno de una ciudad que, por su expansión, cada vez está más contaminada y llena de ruido, tipica crudad grande, en la que se hace más difícil el transporte y movilizarse ya no es facil; grandes concentraciones de personas que ya no tienen espacio para caminar en las angostas aceras (muchas de ellas son reliquias de otro tiempo y se entrecruzan con los carros) van propiciando entre los habitantes una sensa ción de menor comodidad e insatisfacción, porque hay poco lugares donde estar. Derrumbes en El Edén y El Reparto, o el cambio de rostro que sufrió la Primera Avenida de Comayagüela con el «Mitch». La forma en que se fue tramando esta ciudad no es predecible, resulta muchas veces caprichosa, por una par- te porque el terreno escarpado no permite una planificación y se presta a la improvisación, quitando y poniendo, haciendo tomas de terrenos e, incluso, desfigurándose durante los derrumbes y deslizamientos (la colonia Soto). Las colinas que conforman la topografia de la ciudad son una muestra de cómo se reparte el espacio, hay una parte alta donde están los acomodados, colonias como Las Lomas, que son un símbolo emblemático de riqueza y poder, las grandes casas enclavadas en las pendientes de 45 grados que más que constituir un peligro contribuyen a vestir la ciudad, luciendo un aire a veces opulento.

 

La jaula de oro. Una de las estructuras más frecuentes en los hogares de clase media en Tegucigalpa es la existencia de muros, balcones, cables de alto voltaje, casa vigilada y alarmas.

Asimismo, en las entradas de las colonias hay casetas de identificación, medidas de auto-protección que hablan con elocuencia de cómo la gente se encarcela a sí misma para evitar el mundo externo, hechos que ponen de manifiesto el recelo que se tienen entre si los habitantes. Lo preferible es vivir solos y aparte, sin mezclarse, cosa que ha hecho de la ciudad un lugar donde no se apetece la vida comunitaria (de hecho hay pocos lugares para compartir y hacer vida social con los vecinos). Tegucigalpa es una ciudad desacreditada, con mucha propaganda en su contra; sus mismos habitantes advierten todo el tiempo que hay que tener cuidado, y vigilantes y policías fuertemente armados son signos que denotan que se trata de un lugar peligroso.

«Niños de la calle». La niñez trabajadora circula por la vía pública, y muchos de sus miembros viven en la calle. Han llegado a ser parte del paisaje de la ciudad y ya no es una sorpresa verlos. Son personajes que integran la escena cotidiana y suelen estar en lugares donde agudizan los contrastes: en las afueras de los restaurantes rodean a los turistas pidiendo limosnas; se les encuentra en las intersecciones de la calles, donde son tan visibles que se convierten en parte de la mueblería que tiene la ciudad, situación que representa uno de los hechos que más vergüenza produce y es hasta cierto punto síntoma de de- cadencia de la ciudad. Es cuanto menos curioso, el contraste que produce ver la ciudad llena de rótulos en defensa de los derechos de la niñez, que abogan por el respeto que se debe tener por este grupo. Mientras ésta es la propaganda pública, paradójicamente los carros MI circulan con sus vidrios polarizados y el edificio de la casa de las Naciones Unidas se levanta imponente en un barrio lujoso de la ciudad.

Focos culturales. Los centros educativos son los espacios de la ciudad donde está el pensamiento intelectual. Las edificaciones que albergan esta actividad reflejan la forma de cómo se quiere construir la identidad social. Los héroes de la patria son los nombres escogidos para las escuelas: Escuela Lempira, José Trinidad Cabañas, José Cecilio del Valle, Francisco Morazán, Jose Santos Guardiola, etc. Son espacios masivos donde la ni hez se socializa y asimila la identidad de grupo, edificios con paredes cargadas de símbolos patrios (la flor nacional, el árbol) y fotos de los héroes nacionales del período de la Independen en. Los museos que han ido apareciendo y ganando un lugar, si bien son una muestra del tesoro artístico que somos capaces de producir aqui, siguen todavía como espacios invisibilizados porque no captan la atención de las personas que circulan junto, prueba suficiente de que son territorios no descubiertos.

Pasión por el fútbol. Pocos acontecimientos se viven en la ciudad con mayor expectación que los partidos de fútbol: «se siente la camiseta», la ciudad se viste cuando hay un juego de la selección, las banderas flamean en los carros, en las casas e incluso en algunos edificios, las personas se visten con los co- lores del país, hay expectación. El estadio se levanta como un simbolo que recuerda grandes hazañas y tristezas del fútbol, actividad que permite competir en igualdad de condiciones con otros paises y contiene la posibilidad de triunfar sobre los mejo- res, cosas que fortalecen la autoestima colectiva. El estadio es el simbolo monumental que exalta la memoria; a él se asiste para formar una sola masa: la «afición».

Las anteriores puntualizaciones permiten poner de manifiesto que Tegucigalpa es una ciudad que avanza mucho, que no se ha quedado estática, que aunque tiene un importante rastro histórico de diferentes épocas, cada período ha dejado su huella, que actualmente se conjugan para darle a la ciudad su aire particular, que no denota una tendencia sino una multitud de tendencias; por un lado, ello muestra su capacidad de ajuste y asimilación: las personas tienen capacidad de adaptarse a múltiples situaciones; la diversidad y versatilidad les resultan cotidianas porque su espacio lo es. La novedad de la ciudad ilustra cómo se va tomando un aire de modernidad que contrasta con el deterioro de su otra parte; además, su topografia per- mite ver con facilidad todo aquello de que está hecha, se con- templa casi a la vez su pobreza y su riqueza.

EL VÍNCULO AFECTIVO CON LA CIUDAD

La estructura de Tegucigalpa despierta sentimientos que se desprenden de las vivencias que se tienen en ella, La relación que se establece con el lugar tiene un componente afecti- vo, que lleva en ocasiones al verdadero aprecio: se le toma cariño a determinados espacios y se rechaza otros. Tales sentimientos encontrados reflejan que por un lado hay estima positi- va y un pobre aprecio, por otro.

Una condición psicológica de satisfacción residencial (Ward y Russell, 1981) o de predisposición positiva de la ciuda- danía se da en función de la forma en que se integra a la ciudad, lo cual depende de cómo se esté de satisfecho con el lugar donde se vive. Lo anterior proyecta tipos de ciudadanos que le son ideales; en nuestra ciudad, por ejemplo, se siente bien una persona que anda en carro, pues existe el anillo periférico y hay amplios bulevares y también están a su disposición las ventas de comida rápida (porque anda de prisa sin mucho tiempo) e incluso los star mart de las gasolineras, abiertos toda la noche. Este ciudadano existe y el espacio urbano le es funcional.

El lugar impone ciertos límites que hacen que las personas se comporten de acuerdo a lo que se puede. El modelo de ciuda- dano que necesita ese espacio es construido por la relación entre ambos (Lynch, 1988). Hay sentimientos que les son corres- pondientes: las personas son optimistas cuando el espacio les es agradable, climatizado, seguro, limpio y hasta estéticamente bonito; pero son pesimistas si éste le crea descontento y dificultades. Veamos a continuación algunos de los sentimientos más frecuentes que produce esta ciudad.

El miedo. Entre los habitantes de Tegucigalpa se alberga la sensación subjetiva de que afuera abunda el peligro y que, por lo mismo, no es buena idea salir a la calle. Los espacios públicos producen miedo, las personas desconfian unas de otras y consideran que la probabilidad de que ocurra algo es alta; y si no pasa nada se sienten afortunadas de que no les haya tocado en suerte lo que teóricamente era inminente (la sensación de alivio cada vez que aterriza un avión en el aeropuerto Toncontín, por ejemplo). Se comenta, incluso, con harta frecuencia, que la delincuencia y el crimen tienen sitiada la ciudad; y lo único que se consigue con esta clase de comentario es un efecto paralizante, ya que no se avizora lugar seguro en el que se pueda andar libremente, pues las maras proliferan por todas partes. Alegria. Hay que señalar también que el contagio nacido de visitar determinados lugares produce sentimientos positivos. La calle peatonal, por ejemplo, se convierte en un auténtico día de fiesta los sábados, cuando miles de personas pasean por ella. Esto es singularmente notorio en épocas en las que se comparte la ilusión y el recuerdo de buenos momentos vividos en distintas partes de la ciudad. Momentos de satisfacción son visibles durante los desfiles de las fiestas patrias, cuando las principales avenidas de la ciudad se llenan de espectadores que contemplan y aplauden con entusiasmo la vistosa marcha organizada por los colegios de secundaria, posible gracias a que los padres de familia no han regateado nada de sus bolsillos y «han echado la casa por la ventana». La Semana Santa también es una ocasión en el que la ciudad muestra sus adornos, y determinadas personas se esmeran en el mantenimiento de esta buena cara. Y, durante todo el resto del año, la fiesta nocturna no se interrumpe jamás en los bulevares Morazán y Juan Pablo II. Hay otros sitios que clásicamente son bien considerados, como el Picacho y la Concordia, preferidos por la gente que va de paseo a recrearse y compartir. Lugares donde se ve la euforia y la esperanza.

Labilidad. Es frecuente observar un sentimiento de volubilidad en personas que no logran sentirse parte de la ciudad, pues sólo la ven como lugar de tránsito y están en ella porque es el centro de trabajo o porque no les queda nada más, pero lo que desean es volver al campo. Generalmente son los inmigrantes o «campesinos-citadinos» que no logran asimilarse o integrase, ni sienten este lugar como suyo y por mismo no le llegan a tomar aprecio. En parte porque cuando inmigran lo hacen con la ilusión de una vida mejor, pero se topan con un lugar lleno de desempleo, limitaciones y diferencias extremas; las oportunidades son escasas Así se generan rápidamente la decepción y resignación ante las malas circunstancias que hacen perder los sueños. Como consecuencia sobreviene la incertidumbre y la nostalgia del lugar abandonado, al que se espera retornar aun- que sea en el ataúd.

La sensación de bienestar emocional depende, en parte, de la capacidad de control y predicción del escenario, de las cuali- dades estéticas, de la existencia de elementos simbólicos de valor y de la seguridad que le produzca el medio fisico. Es también producto de la cohesión de la red social de las interacciones, el contacto social y posibilidad de participar en el diseño del am- biente en que se vive.

USOS DE LA CIUDAD

La ciudad hace adquirir estilos de vida a sus habitantes. El uso diferenciado del escenario donde actúa la persona hace que la identidad tome matices que dependen de circunstancias par- ticulares y diferencias producidas de distintas formas en que se estratifican los grupos sociales. Se puede hablar, entonces, de prototipos de acción colectiva como consecuencia de las prefe- rencias de los usos del espacio.

Usamos la ciudad para pasear, transitar, hacer deporte, tra- bajar, comprar, etc. Ciertas rutinas son preferidas o simplemente seguidas porque satisfacen necesidades auténticas o impuestas. Hay lugares a los cuales ir porque se siente satisfacción, segundad y tranquilidad; a veces hasta se puede poner sobre la visita un tinte supersticioso para justificarla: «si vamos por ahi tremos por buen camino, las cosas saldrán bien». Determinades puntos de Tegucigalpa son reconocibles porque crean similares sensaciones; con ellas se han ido haciendo los habi- tantes y son una muestra de las distintas identidades que es posible construir.

Por ejemplo, es frecuente que en un recorrido por la ciudad se encuentren rótulos con nombres como: Kodak, Buger King, Travel Express, Pennys Shoes, Copy Center, Mc Donalds, Roommate, Camelot Music, Wendys, Pizza Hut, etc, que son una muestra de cómo se han ido incorporando, al inventario de la ciudad, expresiones que han sido extrapoladas de otra cultura y se han enclavado en la ciudad, dándole a ésta un significado que ya tiene bien incorporado. A continuación ofrezco unos cuantos ejemplos de rutas que son frecuentes en Tegucigalpa, que muestran afinidades y rasgos de los ciudadanos.

El desplazamiento por la ciudad constituye una experiencia esencial en el ejercicio de reconocer la formas de asumirla por parte de los ciudadanos. En Tegucigalpa se podrían recono- cer varios sitios de referencia en los que se actúa; para ello sólo se requiere de hacer divisiones imaginarias del territorio, cada una con una historia como lugar de actividad.

La ruta de La Peatonal. El centro de la ciudad, que se ha ido constituyento y, a la vez, dejando huella en las personas que por alli han transitado y construido su historia. La Peatonal ha sido punto obligado de referencia en el que se dan cita personas que acuden como a un paseo; estación en la que se detienen para verse, conversar, escuchar con mayor o menor interés al predicador, gozar con el improvisado espectáculo del payaso o del artista de la calle.

La ruta de los bohemios. Un grupo que construye la ciu- dad con especial significación son los bohemios autodeclarados como tales. Llevan en su repertorio una ruta de lugares como el célebre bar de Tito Aguacate, el café-librería Paradiso y muchos más, pero sobre todo los ámbitos donde convergen la cul- tura y el arte en sus distintas expresiones. Suelen pasear libres por las calles del centro, haciendo estaciones en el parque central. Encuentro de intelectuales se puede ver sus desplazamientos La ruta de las comidas rápidas. Las familias de clase media que los fines de semana desfilan por Mc Donalds, Buger King. Wendy’s, Little Cesars, etc, negocios que cuentan con instalaciones para que los niños se entretengan en distintos juegos den- tro de espacios de plástico climatizados como una burbuja en la que nada les puede pasar; y todo se acompaña con comidas ins- tantáneas.

Paseos por el barrio. Por la tarde, la niñez de los barrios sale a la calle y juega pelota, landa y mables; mujeres y hombres se apostan en las calles, tomando un descanso mientras se conversa con familiares y vecinos, al mismo tiempo un desfile de trabajadores regresa subiendo cuesta arriba, observando las casas de madera y de colores que se han ido difuminando.

Los sitios por los que se suele circular forman mapas que son claves de referencia, lugares específicos de desplazamiento y puntos significativos. Dependerá del tipo de persona que sean funcionales y provoquen sensaciones. Los ciudadanos tienen que usar la ciudad de manera práctica, como paseo o de día de fiesta (Dows y Sea, 1997). Ella puede ser usada y leida de dis- tintas maneras. Eduardo Bähr, por ejemplo, en su crónica de Tegucigalpa(1999), muestra una ciudad colonial de cuatrocien- tos años que ha ido dejando en sus plazas y parques, en las casas, en los personajes, una ciudad desolada.

COMENTARIO FINAL SOBRE EL ESPACIO Y LA IDENTIDAD SOCIAL

Este artículo muestra cómo el espacio en el que se desen- vuelve tiene un efecto sobre la identidad, y, al mismo tiempo, cómo un circuito que se cierra también tiene un impacto sobre la ciudad, una reacción en doble via (o sea de ida y de regreso). Es una relación compleja, ya que las cosas no son como son, sino como parecen, como se perciben (Lewin, K. 1967). Se tra- ta de un sistema limitado, autorregulado y ordenado, compues- to por elementos humanos y no humanos que interactúan dán- dole forma al escenario, que no es sólo el lugar donde ocurren las cosas, sino que puede llegar a imponer comportamientos (Wiker, 1979).

La ciudad es algo dinámico como lo es la identidad. Constantemente, con mayor o menor éxito, integra elementos y se va haciendo a si misma, igual que las personas que la habitan, asimilan e incorporan elementos de otras culturas; aunque sea en apariencias, las formas son también importantes. En esta capacidad de ajuste y adaptación, la ciudad no cesa de cambiar: hay lugares que van desapareciendo, eran puntos de referencia y ya no los son (el hotel La Ronda y el bazar Mónica); otros se mantienen inmutables, sin que el tiempo los afecte; no se dejan tocar por él porque son parte de la esencia de lo que somos, de lo que podemos dejar. En algunos aspectos su ajuste es precario; por ejemplo, resulta evidente que la nuestra es una ciudad que casi tres años después del desastre se revela incapaz de encajar el tremendo golpe producido por el huracán «Mitch». La existencia de los macro-albergues en la actualidad, como si la cala- midad acabara de ocurrir, son el más claro signo de que ese fantasma todavía gravita en el espacio urbano.

La identidad es un modo de caracterizar la urbe sobre el supuesto de diferenciarla de otras, o bien como particularidad concreta que la define. (Silva A. 1992). Identifican a la ciudad sus colores, clima, olores, el lugar elegido para hacer citas o sus simbolizaciones, las palabras que categorizan las calles, el origen asumido de sus pobladores, sítios emblemáticos como la estatua de Morazán y el rio Choluteca, o el que la gente para dar direcciones diga: «a media cuadra de la..», «a la vuelta de tal..» son rasgos distintivos de ese lugar.

Una ciudad no es sólo su topografia, sino también utopia. Es lo que hacemos y recorremos, un limite hasta el que llega- mos, pero también apertura. Lo real de ella no se reduce a lo económico, su planificación fisica o sus conflictos sociales, sino que también está constituido por sus imaginarios (Cano, S., Henao, S., 1999).

Hay tres puntos que han sido tocados del contenido de la ciudad, lo que dicen las características estructurales. Un segundo punto son los afectos que nos despierta este lugar, que nos hablan de las maneras positivas o negativas de concebimos. Aqui se valora eso que tanto satisface a los habitantes: la esperanza y el ánimo que infunde un determinado espacio con sus avances y su progreso, con el aprecio por lo que tiene. Finalmente, se ha revisado las preferencias de los que producimos la vida del lu- gar: ellas siempre son elocuentes en relación con lo que hacemos y dejamos de hacer, nuestros hábitos, aficiones y tantas dimensiones retratadas en el uso del espacio.

Esta lectura de la ciudad es parcial y limitada. Hay muchos más elementos que se pueden considerar, no obstante que es un ejercicio que muestra cómo hay aspectos simbólicos y subjetivos que van entrecruzando el espacio con las personas. Ello define la identidad de ambos, que inauguran así una sim- biosis en la que su interdependencia les crea y recrea en un circuito permanente en el que se gestan uno a otro.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

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